El holodomor, nuevo avatar del anticomunismo «europeo»

Escrito por Muntz

 

Por Annie Lacroix-Riz, profesora de Historia Contemporánea, Universidad París VII
 

Desde noviembre de 1917 se han sucedido sin descanso campañas anti-bolcheviques tan violentas como diversas, pero la de «la hambruna en Ucrania», iniciada en 1933, ha pasado a ocupar el primer puesto desde hace veinte años. Se desató cuando los grandes imperialismos, con Alemania y Estados Unidos al frente, ávidos desde el siglo XIX de saquear los inmensos recursos de Ucrania, se creyeron en condiciones de conseguirlo. La coyuntura sonreía al Reich en 1932-33, cuando el sur de la URSS (Ucrania y otras «tierras negras», el Norte del Cáucaso y Kazajstán) se vio afectado por una disminución considerable de las cosechas, así como el conjunto de la Unión, por dificultades de abastecimiento que provocaron el retorno a un estricto racionamiento. Grave «escasez», sobre todo durante la «soldadura» (entre dos cosechas), no específicamente ucraniana, según la correspondencia diplomática francesa; «hambruna» ucraniana, según los informes de 1933-34 de los cónsules alemanes e italianos, explotados por los Estados o grupos interesados en la secesión de Ucrania: Alemania, Polonia, con su mayor centro de agitación en Lwow, y El Vaticano.

Esta escasez, o esta hambruna, resultaba de fenómenos naturales y socio-políticos: a una sequía catastrófica se sumaron los efectos de la retención creciente de los abastecimientos (con sacrificio de ganado incluido) desde finales de los años 20 por los antiguos kulaks (los campesinos más ricos), rebeldes a la colectivización. Esta fracción, en lucha abierta contra el régimen soviético, constituía en Ucrania una de las bases del apoyo al «autonomismo», envoltorio semántico de la secesión en beneficio del Reich, de esta región agrícola reina de las «tierras negras», además de ser la primera cuenca industrial del país. El apoyo financiero alemán, masivo antes de 1914, se había intensificado durante la Primera Guerra Mundial, cuando Alemania convirtió a Ucrania, al igual que a los países bálticos, en base económica, política y militar del desmantelamiento del imperio ruso. La República de Weimar, fiel al programa de expansión del Kaiser, siguió financiando el «autonomismo» ucraniano. Los hitlerianos, en cuanto llegaron al poder, iniciaron sus planes para apoderarse de la Ucrania Soviética y todo el autonomismo ucraniano (los fondos policiales, diplomáticos y militares convergen en esto) se unió entre 1933 y 1935 al Reich, por esas fechas más discreto acerca de sus designios sobre el resto de Ucrania.

 

Efectivamente, por aquel entonces la URSS sólo controlaba Ucrania Oriental (Kiev-Jarkov), nuevamente soviética desde 1920, tras la secesión efectuada durante la guerra civil extranjera: grandes porciones de Ucrania le habían sido arrancadas o no atribuidas, a pesar de la pertenencia étnica de su población, a pesar de las promesas francesas, hechas en 1914, de entregar algunos despojos del imperio austro-húngaro a la Rusia zarista aliada, y a pesar del establecimiento en 1919 de la «línea Curzon». El imperialismo francés, uno de los dos directores (junto con Londres) de la guerra extranjera llevada a cabo contra los Soviets, y más tarde del «cordón sanitario» consecutivo a su fracaso, ofreció a Rumanía a partir de 1918 Besarabia (Moldavia, capital Kishiniev), ex territorio del imperio ruso, y Bukovina; Checoslovaquia recibió de entrada Rutenia Subcarpática; la Polonia de Pilsudksi, en 1920-21, Ucrania Occidental o Galitzia Oriental, antaño austriaca -capital Lemberg (en alemán), Lvov (en ruso), Lwow (en polaco), Lviv (en ucraniano)-, con la ayuda del cuerpo expedicionario francés dirigido por Weygand. Y todo esto a pesar de que la «línea Curzon» (nombre del secretario del Foreign Office) había considerado como «étnicamente» ruso este territorio, trasladando la frontera ruso-polaca 150 km al oeste de la Ucrania rusa: «Rusia» debía recibirla de sus aliadas, cuando éstas y los Blancos hubiesen expulsado a los bolcheviques, cosa que no se produjo en ningún caso.

 

Esta distinción geográfica resulta decisiva, ya que Lwow se convirtió -y Lviv sigue siéndolo- en un centro mayor del griterío, tanto alemán como polaco y vaticano a cuento de la «hambruna en Ucrania», iniciado en el verano de 1933, es decir, después de que una excelente cosecha soviética pusiese fin a la crisis del abastecimiento. Si hubo hambruna en 1932-33, alcanzándo su punto álgido durante la «soldadura» (entre las dos cosechas), julio de 1933 señaló su final. A esta campaña se unió todo el bando antisoviético, incluyendo a los Estados Unidos, donde la prensa germanófila del grupo Hearst la hizo suya. La hambruna no había sido «genocida», cosa que admiten todos los historiadores anglosajones serios, como R.W. Davies y S. Wheatcroft, no traducidos al francés, a diferencia de Robert Conquest, agente del servicio secreto británico convertido en prestigioso «investigador» de Harvard, el ídolo de la «hambrunología» francesa desde 1995 [1]. La campaña originaria ni siquiera esgrimió el «genocidio»: Berlín, Varsovia, El Vaticano, etc. maldecían a Stalin, a los Soviets o a los judeo-bolcheviques, estigmatizaban su ferocidad o su «organización» de la hambruna y describían una Ucrania empujada por el hambre al canibalismo. Por su parte, los franceses imputaban a los planes secesionistas de este trío el escándalo iniciado, cuando el Reich prometía al dictador polaco Pilsudski, si éste devolvía Dantzig y su Corredor, entregarle en una bandeja la Ucrania Soviética que muy pronto conquistarían conjuntamente: François-Poncet, delegado del Comité de Forjas y embajador en Berlín, se reía con burla de las lágrimas diarias que vertía la prensa del Reich a causa del martirio ucraniano, larga cuerda de deseos externos (anexionarse Ucrania) e internos («marchitar los resultados del régimen marxista» [2]).

 

La abundante correspondencia militar y diplomática de la época excluye la tesis de la ingenuidad de los «benditos» prosoviéticos, ciegos, durante su viaje de septiembre de 1933 por Ucrania, frente a las mentiras y secretillos de Moscú, como Édouard Herriot; es decir, la tesis defendida en 1994 por el demógrafo Alain Blum, que presentó en Francia la cifra de los «6 millones de muertos». Este símbolo competitivo que tanto gusta a los ucranianos antisemitas -había que igualarse con los judíos, antes de superarlos con creces, 7, 9, 10, 12 y hasta 17 millones según tengo entendido (por unos efectivos totales de unos treinta millones de ucranianos soviéticos), fueron adoptados en el Libro Negro del Comunismo en 1997 por Nicolas Werth. Este último seguía rechazando por esas fechas la tesis «genocida» que ahora defiende desde su compromiso en «2000 en un proyecto de publicación de documentos sobre el Gulag (6 volúmenes, bajo la dirección de la fundación Hoover y los archivos estatales de la Federación Rusa)» [3]. Una cifra imposible de aceptar por partida doble: 1º Alain Blum la deduce de estimaciones demográficas, ya que en la URSS no se realizó ningún censo entre 1926 y 1939; sin embargo, entre estas fechas, dentro del marco de una explosión industrial orientada desde el principio de la gran crisis capitalista a la defensa contra la amenaza alemana, se produjeron gigantescos movimientos de población interregionales que afectaron en particular a la Ucrania agrícola colectivizada. Así pues, el débil crecimiento de la población ucraniana entre ambos censos no permite hacer la equivalencia siguiente: déficit demográfico igual a muertos de hambre; 2º la manera de calcular la estimación resulta absurda: Alain Blum se ha basado en estadísticos rusos que, en 1990, reagruparon las presuntas defunciones -6 millones- de la década de 1930 en el unico año de 1933 [4].

 

La cifra fatídica fue retomada por «sovietólogos» franceses ligados, como Stéphane Courtois, o no a los campeones de «la Ucrania independiente» naranja. El absurdo supremo: en Ucrania Oriental habrían muerto pues en unos pocos meses tantas víctimas -incluso dos o tres veces más- como judíos fueron exterminados desde 1939 y, sobre todo, de 1942 a 1944 en un territorio que se extiende desde Francia hasta los Urales; y es más, sin dejar ningún rastro visible, como las fotos o los escritos dejados por el genocidio nazi.

 

Es en este contexto en el que se agitaron en Francia grupos «ucranianos» como la asociación «Ucrania 33», protegida del arzobispado de Lyon, teniendo como presidente de honor a monseñor Decourtray. Emana de la autoridad del Congreso Mundial Ucraniano, con sede en Washington y que preside Askold S. Lozynskyj, de quien el New York Times publicó el correo siguiente el 18 de julio de 2002: «cuando los Soviets se vieron forzados a retirarse ante la invasión de los nazis de junio de 1941, mataron a sus prisioneros [...] de Ucrania Occidental detenidos e internados por decenas de miles en 1939 [...]. Esto se llevó a cabo con la ayuda de comunistas locales, sobre todo étnicamente judíos. Esta matanza no constituía desgraciadamente una aberración de las obras soviéticas en Ucrania. En 1932-33, en Ucrania Oriental, los Soviets ya habían asesinado aproximadamente a unos 7 millones de hombres, mujeres y niños ucranianos por medio de un genocidio estratégicamente planificado de hambruna artificial. El hombre elegido por Joseph Stalin para perpetrar este crimen era un judío: Lázaro Kaganovich.

 

El célebre historiador británico Norman Davis ha concluido que ninguna nación había tenido tantos muertos como la ucraniana. En gran medida fue el resultado de las obras conjugadas de comunistas y nazis. Los rusos y los alemanes eran unos bárbaros. Pero los judíos eran los peores. ¡Traicionaron a sus vecinos y lo hicieron con celo!» [5].

 

Estos antisemitas frenéticos se mostraron más discretos en Francia, país en el que adularon servilmente a las asociaciones judías y la Liga de los Derechos del Hombre en unos «coloquios internacionales» y debates sobre «los genocidios» (judío, armenio, ucraniano) [6]. Exigieron en 2005-06 mi exclusión de la universidad al presidente de París 7 y, luego, al presidente de la República Jacques Chirac, acusándome de «negacionismo» por haber enviado vía Internet a mis estudiantes una reseña crítica (citada más adelante) de archivos sobre los bulos de la campaña germano-vaticana-polaca de 1933-35. No me perdonaban sobre todo haber recordado en 1996 el papel, en la Ucrania ocupada por la Wehrmacht, jugado por la Iglesia uniata de Galitzia Oriental sometida al Vaticano y confiada al obispo (de Lwow), monseñor Szepticky, que bendijo las matanzas de la división ucraniana SS Galitzia, resultado de las agrupaciones del nazi uniata Stefan Bandera [7]. Cabe añadir a estos expedientes comprometedores para los heraldos del «Holodomor» que me atrevo a afirmar que la diabolización del comunismo y de la URSS no guardan relación con el análisis histórico, sino con campañas ideológicas, que, no contenta con ser marxista, soy judía y que uno de mis abuelos fue matado en Auschwitz -hecho que hice público en 1999, enfrentada a otra campaña [8], y que estos excitados conocían [9]: elementos todos que provocaron su movilización.

 

¡A punto estuvo de realizarse el sueño de conseguir hasta el apoyo de los judíos de Francia en una campaña contra una «judeo-bolchevique» travestida en «negacionista»! El acoso, contra el que se alzaron el Snesup y el PRCF, que lanzó en julio de 2005 una eficaz petición apoyada por (únicamente) Libre Pensée [10], se relajó después de que los «ucranianos», el 25 de mayo de 2006 y bajo la protección de la policía del ministro del Interior N. Zarkozy, rindiesen un homenaje en el Arco de Triunfo al gran pogromista Petliura. Emigrado en Francia tras sus fechorías de 1919-20, fue muerto en 1926 por el judío ruso emigrado Schwartzbard, cuya defensa originó la Liga contra el Antisemitismo (LICA), pasando a ser LICRA en 1979. Esta asociación denunció por fin, el 26 de mayo de 2006, por medio de su presidente Patrick Gaubert -tras varios e infructuosos intentos de ponerle en guardia por parte de la supuesta «negacionista» Lacroix-Riz-, a estos antisemitas de choque. ¿El griterío de los grupúsculos «ucranianos» va a proseguir aquí, estimulado por el Parlamento Europeo?

 

La Ucrania Occidental naranja, tutora (oficial) de Ucrania entera, ocupa de nuevo el centro de una campaña que, desde la era Reagan -fase crucial del desmantelamiento de Rusia accionado desde 1945 por Estados Unidos-, le debe todo o casi a Washington, al igual que la anterior se lo debía todo al dinero alemán. Sus campeones apilan los millones de muertos de una Ucrania Oriental, cuyos ciudadanos, pese a ser los primeros concernidos, no se han unido nunca al motín. Por el contrario, la CIA ha jugado a los jefes de orquesta, apoyándose en: 1º «ucranianos» antisemitas y anti-bolcheviques, colaboracionistas eminentes bajo la ocupación alemana y emigrados cuando la Wehrmacht fue expulsada de Ucrania o después de mayo de 1945 a Estados Unidos, Canada o Alemania Occidental; 2º ciertas universidades americanas de prestigio, como Harvard y Stanford, a las que se han unido después otras universidades «occidentales» (Europa Oriental incluida) a las que la financiación americana ha gratificado (en plena miseria de créditos públicos para la investigación) con una masa de coloquios y peticiones editorialistas sobre «la hambruna genocida en Ucrania».

 

El apoyo financiero y político americano ha creado la campaña «Holodomor» de los gobiernos ucranianos -que en 2008 erigieron como héreo nacional a Stefan Bandera, «jefe de la organización terrorista ucraniana en Polonia» [11] supuestamente «independentista» (pero no del Reich), criminal de guerra emigrado en 1945 a la zona de ocupación americana, organizador, desde su base de Munich, de asesinatos en masa hasta los años 50 en Ucrania nuevamente soviética [12]. Privado de este apoyo, el griterío se detendría o perdería cualquier eco internacional. El «Parlemento Europeo», al reconocer el 23 de octubre de 2008 «el Holodomor (hambruna de 1932-33 provocada artificialmente en Ucrania) como "un crimen horroroso perpetrado contra el pueblo ucraniano y contra la humanidad"», demuestra su estricta dependencia de los Estados Unidos, amos de la Ucrania «independiente», compitiendo con Alemania, cuya prensa de gran tirada manifiesta un celo pro-ucraniano idéntico al de la actual Polonia, heredera de los «coroneles» Josef Beck y consortes.

 

Bibliografía sucinta: coyuntura ucraniana germano-vaticano-polaco-americana, Annie Lacrox-Riz, Le Vatican (ref. nº7); Le Choix de la défaite: les élites françaises dans les années 30, París, Armand Colin, 2006, reed. 2007; De Munich à Vichy, l'assassinat de la 3e République, 1938-1940, misma editorial, 2008.

 

Y, sobre todo, actualización inminente de la síntesis presentada a mis estudiantes en 2004, «Ucrania 1933 actualización de 2008», («Sobre la "hambruna genocida staliniana" en Ucrania en 193: una campaña alemana, polaca y vaticana», www.historiographie.info ), que ha provocado el furor de los defensores del «Holodomor».

 

Retener de la bibliografía a Douglas Tottle, Fraud, Famine and Fascism. The Ukranian Genocide Myth from Hitler to Harvard, Toronto, Progress Book, 1987, agotado pero descargable; este ex fotógrafo ha mostrado que las fotos de las campañas ucranianas de 1933-35 y, luego, de la era reaganiana (artículos, libros, películas) procedían de las colecciones de la hambruna de 1921-22, balance de 7 años de guerra mundial y de guerra extranjera y civil, y ha derrengado de manera muy argumentada las fuentes escritas y fotográficas de la obra maestra de Conquest (capítulo 7, «Harvest of deception» («cosecha de engaño») y, sobre todo, pp. 86-90; Geoffrey Roberts, Stalins's Wars: From World War to Cold War, 1939-1953. New Haven & London: Yale University Press, 2006, que evalúa en «35.000 cuadros militares y del partido en Galitzia Oriental (Soviética) entre 1945 y 1951» el balance de las matanzas perpetradas por los banderistas, p. 325.

 

Notas:

 

1.- Respectivamente, The years of Hunger, Soviet agriculture 1931-1033, New York, Palgrave Macmillan, 2004, y Harvest of Sorrow, New York, Oxford University Press, 1986, traducido en 1995 (y mi actualización Internet, Bibliografía sucinta).

 

2.- Despacho 727 a Paul-Boncour, Berlin, 5 de julio de 1933, Europa-URSS 1918-1940, vol. 986, relaciones Alemania-URSS, junio de 1933-mayo de 1934, archivos del Quai d'Orsay (Ministerio de Asuntos Exteriores - MAE).

 

3.- http://www.ihtp.cnrs.fr/spip.php?article98 (sitio IHTP); acerca del papel antisoviético oficial de esta fundación ligada estrechamente al Departamento de Estado, referencia de la nota 1.

 

4.- Alain Blum, Naître, vivre et mourir en URSS, 1917-1991, París, Plon, 1994, pp. 96-99 y nota 61, p. 243.

 

5.- http://zustrich.quebec-ukraine.com/news02_shmul.htm, traducción ALR. El polonófilo Davies, que ha obtenido su doctorado en Cracovia, debe su notoriedad a minimizar la destrucción de judíos en Polonia, lo que le ha valido la oposición de varios historiadores americanos (Lucy S. Davidowicz, Abraham Brumberg y Theodore Rabb).

 

6.- «Memorias compartidas de los genocidios y crímenes contra la humanidad», «coloquio internacional» del «Colectivo Reconnaissance», 28-29 de abril de 2006, ENS Lyon, etc. (documentación Internet inagotable).

 

7.- Annie Lacroix-Riz, Le Vatican, l'Europe et le Reich de la Première Guerre Mondiale à la Guerre froide (1914-1955), Paris, Armand Colin, 1996, reed. 2007, pp. 414-417 y siguientes.

 

8.- Cuando fue contestado mi trabajo sobre la fabricación y entrega al Reich del Zyklon B «francés» (de la fábrica de Villers-Saint-Sépulcre) por la sociedad mixta Ugine-Degesh, Industriels et banquiers français sous l'occupation: la collaboration économique avec le Reich et Vichy, Paris, Armand Colin, 1999, índice.

 

9.- Y cuya prosa lo ha afirmado regularmente a lo largo de su campaña de 2005-06.

 

10.- Entre las organizaciones requeridas y que no firmaron, el PCF, la Liga de los Derechos del Hombre, el MRAP, diversas organizaciones judías, el Comité de Vigilancia Frente a los Usos Públicos de la Historia, la Asociación de Profesores de Historia y Geografía (APHG), etc.

 

11.- Despacho 30 de Léon Noël, embajador en Varsovia, 15 de enero de 1936, SDN, vol. 2169, Polonia, expediente general, febrero-julio de 1936, MAE.

 

12.- Lacroix-Riz, Vatican, loc. cit., Tottle, cap. 9-10; Mark Aarons y John Loftus, Des nazis au Vatican, París, O. Orban, 1992, índice Bandera; Christopher Simpson, Blowback. America's recruitement of Nazis and its effects on the Cold War, New York, Weidenfeld & Nicoloson, 1988, índice Bandera, etc.